sábado, junio 20, 2020

Carta a mi padre

te agradezco haberme enseñado (o mentido)
que los dioses no son inmutables y mueren
y otros nacen de acuerdo a cómo uno aúlle en la noches
que en el peor de los momentos, el momento más solo,
alguien está creando, puliendo, una mirada
que un día me pertenecerá, o no
que es posible leer en la sombra de un pájaro
la cercanía de la música, y de igual modo
saber si late felíz o sombrío el corazón de una época
oyendo cómo muerden los hombres un pan
que siempre hará una hoja, enhiesta, orgullosa,
que desmienta el otoño
y que alguien encenderá la hoguera y no será ese
el desatador de diluvios

Te agradezco
haberme mentido (o enseñado)
que en la oscuridad más sórdida uno solo que lave sus ojos
con delirios de viejas lámparas hará que regrese la penumbra,
que es el principio de la luz, la otra luz, la sin edad,
la encendida bajo los escombros,
la de la cólera contra las pérdidas,
que no está del todo herida un alma que conserva su gota de furia,
su fe de canoa en la tempestad
que no hay sueño comparable a la bella fatalidad de la distancia
ni pesadilla que no sucumba ante el dulce encanto
del ala de una abeja al trasluz y que los amantes son dioses
y la amistad un astro y el poema un día se festejará

Te agradezco haberme enseñado y mentido
ese idioma que en la noche simula un fuego en la interperie para no morir
o morir mucho después
y hablar en secreto con aquellos que miran el cielo con un ojo en la tierra
y presentir en la gota del hocico de un perro el viejo marte
y creer que vendrás cada vez que imagino cartas como éstas
a tocarme los labios
para saber si no he perdido el grito, vendrás.

Eugenio Mandrini

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